Las rosas marchitas de Wyld Ospina, el gran olvidado
Texto: Juan Diego Godoy / Audiovisuales: José Alvizures y Pavel Tuc / Montaje: Irasema Méndez | Antigua, Sacatepéquez

Escribió decenas de poemas, ensayos y novelas casi imposible de conseguir. Cientos de crónicas y artículos periodísticos en medios que ya no existen. Bautizó ciudades eternas y cuestionó pensamientos populares aún vigentes. Se codeó con otros grandes escritores, políticos y artistas cuya fama sí trascendió. Pero hoy, todo apunta a que él fue relegado a la penumbra. Su familia no responde. Sus libros no se imprimen. Sus crónicas escasean. Su nombre no es citado dentro del olimpo literario centroamericano. Carlos Wyld Ospina es, quizás, un fantasma literario que merodea, con menos frecuencia, por las bibliotecas, librerías y calles de un país que lo valoró, hace ya demasiados años.
Descifrando a un fantasma
Los orígenes de Wyld Ospina, que nació en Antigua Guatemala 19 de junio de 1891, son curiosos. Fue el noveno de once hijos. Su madre era colombiana y padre inglés, pero él nació en Guatemala. “Los Ospina llegaron desde Colombia, huyendo de la persecución política que desataron los liberales dirigidos por el militar Tomás Cipriano de Mosquera, quienes derribaron a Ospina de la presidencia. Por eso a la familia se le llamó Los Colombianos a su arribo al país, haciendo fortuna con el café y la tenencia de tierras”, explica el economista y columnista José Molina Calderón, que entre otras historias familiares, ha estudiado el caso de los Ospina en Guatemala .
De acuerdo con Rodrigo Fernández Ordóñez, catedrático de Historia, la vida del escritor puede dividirse en dos. La primera parte, durante su estancia en México. La segunda, a su regreso a Guatemala. “A los 20 años, quien sabe a cuento de qué, quizá en busca de emociones, parte rumbo a México, que por entonces atravesaba el torbellino de la revolución, y empieza a trabajar como periodista”, escribe Ordoñez en un ensayo titulado “Uno de los olvidados: Carlos Wyld Ospina, escritor y poeta” .
En aquel México revolucionario de principios del siglo XX , Wyld Ospina encuentró un espacio para su pluma en el periodismo y comienzó a crear. “Fundó junto a Porfirio Barba Jacob (escritor colombiano) el periódico Churubusco, dirigió la revista humorística El Zaraguate y formó parte del grupo literario Los Líricos. De 1913 a 1914 fue director del diario mexicano El Independiente”, apunta Ordoñez.

Para su regreso a Guatemala, Wyld Ospina contaba ya con una trayectoria notable en el periodismo mexicano pero sobre todo, una red de contactos y amistades influyentes, sobre todo en el ámbito artístico. Wyld Ospina fue uno de los miembros de la mítica Generación del 10, también conocida como Generación del Cometa, por el paso del cometa Halley, en 1910. Este grupo artístico fue, en su mayoría, una generación de escritores, pintores y músicos que marcaron las tendencias y puntos de partida para el arte que se desarrollaría durante el siglo XX en toda la región. El escritor guatemalteco Rafael Arévalo Martínez fue quien encabezó esta generación junto al músico quetzalteco Jesús Castillo y el pintor, también quetzalteco, Carlos Mérida.
Wyld Ospina comenzó a publicar sus poemas, ensayos y novelas a inicios de la tercera década del siglo, no sin antes pasar por varias casas periodísticas nacionales. “En 1915 tenemos en Xela a Wyld Ospina dirigiendo el Diario Los Altos. Luego funda el diario El Pueblo, junto con el poeta Alberto Velázquez. Años después se establecerá en Ciudad de Guatemala, en donde escribirá como editorialista para el diario más importante del país de aquellos tiempos, El Imparcial, para quien colaborará de 1922 a 1925”, explica Ordoñez. El periodismo del antigüeño fue de choque y combativo, dato comprobable con el rol de Wyld Ospina desde la prensa con el surgimiento del movimiento unionista a finales de 1919, de oposición al presidente Manuel Estrada Cabrera hasta su derrocamiento en abril de 1920. Caído Estrada Cabrera, el escritor publicó su poemario “Las dádivas simples: poemas”, en 1921. Y con el poemario bajo el brazo, dio un salto a la academia. Fue uno de los fundadores –junto con Antonio Batres Jáuregui, Adrián Recinos, Virgilio Rodríguez Beteta– de la Sociedad de Geografía e Historia en 1923 –que en 1979 pasaría a llamarse Academia de Geografía e Historia de Guatemala. Además, fue catedrático de Literatura en la Universidad de San Carlos de Guatemala.





En 1924, mientras aún escribía en El Imparcial, publicó su novela “El solar de los Gonzagas”, pero no fue hasta 1929 cuando robó miradas y titulares con el ensayo “El autócrata”, dedicado a la dictadura de Estrada Cabrera y que pasó, junto con “Ecce Pericles” de Rafael Arévalo Martínez y “El Señor Presidente” de Miguel Ángel Asturias, a constituir la terna literaria y crítica que mejor describe aquellos años de dictadura a principios del siglo XX en Guatemala. En 1933 escribió el cuento “La tierra de las Nahuyacas” y dos años más tarde publicó su novela más conocida “La Gringa”, en 1935. Poco a poco, el periodista que dio un salto a la academia, comienza también a hacer eco como escritor. Y las décadas siguientes contribuyen a su expansión literaria.
“Es en las décadas de los años 40, 50 y 60 cuando los autores más importantes de la época publican sus obras. Cardoza y Aragón, Rodríguez Macal, Monteforte Toledo, Tito Monterroso, Asturias y, por supuesto, Wyld Ospina. Una tendencia cultural que entusiasmaba tanto a jóvenes de la ciudad, como de Quezaltenango, Cobán Antigua y del oriente de Guatemala para crear y publicar. La Tipografía Nacional les prestaba toda clase de apoyo”, explica Silvia Tejeda, licenciada en Letras, catedrática universitaria y columnista. Comienza así un resurgir literario guatemalteco pero Wyld Ospina muere un 19 de junio de 1956, en plena efervescencia literaria. Su fallecimiento en Quetzaltenango es llorado por muchos. En el libro “Corona Fúnebre” de José Luis Reyes, el autor hace una recopilación de todo lo publicado por la prensa hasta 1963 con relación a la partida del poeta y escritor.
Pero luego, décadas más tarde y con la entrada de un nuevo siglo, los elogios quedan plasmados solo en un papel viejo y la sociedad comienza a olvidar. Salvo la antigüeña, que bautiza la capital de Sacatepéquez con el nombre de uno de sus poemas, aunque quizás los más jóvenes no estén conscientes de ello.






Un poema eterno
Que Antigua sea reconocida como “La ciudad de las perpetuas rosas” y que, a raíz de aquel sobrenombre exitoso y clima favorable, sea una de las ciudades más fotografiadas de la región y que todos los años celebre el Festival de las Rosas y a sus alrededores se potencie la siembra de girasoles y rosas de cultivo, se lo debe a Wyld Ospina, que con un poema inmortalizó aún más a la ciudad eterna del trópico.
Wyld Ospina fue el autor de “La Ciudad de las Perpetuas Rosas”, uno de sus poetas más célebres. El poeta –que es antigüeño, aunque usualmente se le confunde por quetzalteco por sus vivencias y entierro en aquella ciudad– dejó plasmado su amor por la ciudad colonial y, sin quererlo, la rebautizó. “Es un extenso poema, con un influjo del romanticismo, cuya idea constante es describir la quietud de la ciudad. Templos, calles, casas en ruinas a las que el perfume de las rosas, sembradas por todos sus rincones, llenan de su aroma todo el ambiente. Aunque la ciudad permanezca en ruinas la envuelven el perfume de las rosas, la luz de la luna, los árboles que se mecen, la luz de atardeceres y frescas mañanas que no la dejan sucumbir en el tiempo”, analiza Tejeda, quien también explica que el poema está dedicado a su prometida de aquel entonces, Amalia Cheves.
Para ti, Amalia Cheves
Esta ciudad en Rodenbach dormida, cerró los ojos a la edad presente; y enamorada de su antigua vida se echó a soñar introspectivamente.
Las muertas horas, los cansados días, desdoblando un iluso panorama que se pierde en astrales lejanías, dejaron rastros de un infausto drama entre rotos fragmentos de elegías. Y el ojo del misterio nos acecha y el brujo encanto se abre como una flor: ioh, leyenda sin título ni fecha, historia sin prestigio ni fortuna, ensueño donde rueda la ilusoria música del silencio de la luna sobre el horror de la ciudad deshecha..!
Yo divagué por sus callejas solas y me apoyé en sus muros desolados; crucé sus grandes plazas españolas, hechas para defiles de soldados; soñé bajo el reposo de las naves de informes tempos de vencidos arcos, que dejan entrever los cielos suaves como a través de destrozados marcos, y donde, entre el abrazo de la hiedra, que enrosca el tallo a tropicales palmas, lloran las epopeyas de la piedra el sino tempestuoso de las almas...
Aja la tarde desvaídas sedas en la rota Babel de los escombros, y pasa, entre las hondas arboledas, un eco de anacrónicos asombros: illorad inacabables elegías inánime dolor de cosas muertas. agonía de viejas agonías, alma de esta ciudad de almas desiertas…
Yerta, vives aún. Tú no reposas en el bíblico polvo todavía. Tienes, cual las esfinges pavorosas, por bajo tu silencio sobrehumano, un gesto de inmortal melancolía que mide, sin hablar, todas las cosas: tu hálito sepulcral, tibio, lejano, se aroma aún en tus perpetuas rosas.
Un milagro de rosas inocente tempera tu lívido letargo: ha nacido de ti, como una fuente de las entrañas de un dolor amargo.
Rosas en el jardín de tus conventos; rosas en tus capillas solitarias, donde los cristos, cárdenos y cruentos tienen grandes, pupils visionarias; rosas de los altares, con dorados relieves, y vitrales y frontones, donde miran sin ver, rostros cegados de santos, sus eternas tentaciones: flor de oración y extático delirio que el mago influjo de la sangre ama, y ofrece a los espasmos de la llama la carne mártir y el votivo cirio…
En la tarde un' perfume se difunde: dulce y lejano, penetrante, inmenso; sube, se pierde, reaparece y se hunde en el éter sutil, como un incienso: son rosas de tus patios solariegos y rosas de tus huertas vespertinas; sidéreas rosas de tus cielos griegos que eternizan su azur sobre tus ruinas; y son las rosas que en tu suelo suave se abren, en el milagro de la ofrenda cuyo místico aroma no se sabe si sólo es un perfume de leyenda…
Campanas, rosas; rosas y campanas: flores de seda y flores de armonía llenan la paz de todas tus mañanas y cubren de tus tardes la agonía.
Ya no eres -joh ciudad!- más que un dormido osario, en que cadáveres de flores diluyen en los vientos del olvido vagas fragancias de épocas mejores. Y así, con melancólico desgaire, pones a tus mudos desconsuelos un perfume de rosas en el aire y un gemir de campanas en los cielos...
Ruta hacia el olvido
“¿Cómo, entonces, un periodista de tanta trayectoria, amistades populares e influyentes, poeta y escritor prolífico, cae en una especie de olvido tras su muerte?
Alguna vez Wyld Ospina dijo que "los poetas aman la muerte porque saben que tienen los pies alados y los senos dulces". Murió antes de que cualquiera pudiera preguntarle a qué se refería con esto, pero algunos curiosos coincidieron en que el escritor aludía a una concepción positiva de la muerte. Dentro de su obra, el autor critica una y otra vez que la mística medioeval haya matado la serena alegría de la muerte, inculcando el temor a lo desconocido. Y por eso los pies alados y los senos dulces. Y por eso quizás no le importe que en su país natal no haya bustos de su cara, edificios o calles con su nombre, festivales y certámenes en su honor, ni intelectuales citándole en los medios y revistas.
Para Tejeda, que es autora de una de las pocas investigaciones formales que existen sobre la obra del escritor –titulada “Carlos Wyld Ospina. Perfil humano y literario”–, la respuesta podría estar en una especie de “malinchismo”.
“El caso de Wild Ospina no es el único. Es una situación que se siente, se lamenta y se llora. El malinchismo, o llámale proceso de aculturación con su respectivo mercadeo, es aniquilador y, sin embargo, logra deslumbrar tanto a dirigentes como a dirigidos. Se ha impuesto en Guatemala una lamentable tendencia de suprimir el espacio para el estudio de todas las ciencias humanísticas, no solamente la literatura”, se lamenta la profesora.

Tejeda insiste en que la academia, los medios y los círculos literarios no le han abierto las puertas a otros escritores igual de importantes que los tradicionales. “Vemos en los pocos medios periodísticos las sábanas que se publican difundiendo la obra de autores extranjeros. Pero los nuestros, después de Monteforte, Asturias, Monterroso y como no sean artículos de Dante Liano, Méndez Vides, Sergio Ramírez y Ana María Rodas, no se publican ni se ejerce la crítica literaria sobre ellos”, critica la profesora. “Eso sí, hay que celebrar las múltiples actividades de lugares como Sophos –la librería–, que son espacios actuales para publicar y difundir las obras de las nuevas generaciones de escritores guatemaltecos que están publicando y teniendo mucho éxito en la difusión de sus escritos”, celebra Tejeda.
Entonces, siempre sí, Wyld Ospina es un fantasma sin los méritos y la popularidad que merecería un literato, académico y periodista de tal envergadura. Como muchos otros. Quizás, el olvido se deba a que sería imposible recordarlos a todos, aunque ellos sí nos recuerden, nos busquen y observen a todos nosotros entre la tinta y el papel viejo de sus escritos. “Así que tampoco nos aflijamos”, apunta la profesora. “Quien nace con la inspiración y tiene la decisión para ser escritor o poeta, aún con tanta indiferencia, encontrará su camino”.
Créditos
"Algunas de las fotografías de este reportaje son de @festivaldefloresantigua y han sido utilizadas para fines ilustrativos."